Transitividad

Hace algunos días leía a Alfredo Romeo lamentarse de la ingratitud de algunas personas. Siendo una de esas personas que conozco más preocupadas por su comunidad que preocupadas por si mismas, es un estado mental que no me sorprende en él. Cuando necesites ayuda, nunca le pidas ayuda a aquellos quienes ayudaste, acude a los que te ayudaron en el pasado. En hebreo bíblico tsadaq (צדק) «justicia» es casi lo mismo que el rabínico tsedaqah «caridad». Los antiguos consideraban la caridad como una forma de justica.

El mundo funciona (o debería funcionar) por un sistema transitivo. Cualquiera que haya tenido la suerte de haber sido instruído en lo básico de la teoría de conjuntos sabe que existen tres tipos de relaciones: reflexivas, recíprocas y transitivas.

La reflexividad nos daña haciéndonos pensar que la misión en la vida es definir cuales son nuestras metas y objetivos, y que debemos luchar por ellos. A pesar de las repetidas advertencias de todos los sesudos gurús, mucha gente sigue negándose a entender que la vida no tiene nada que ver con esta carrera hacia ninguna parte sino que la fórmula mágica consiste en hacer por los demás más de lo que uno hace por sí mismo.

Por otra parte, vivimos en la era de la obsesión por la reciprocidad, por la igualdad, por la compensación. Lo cual no es sino otra forma de reflexividad pero a través de otra persona, en una dinámica de la que esperamos recibir, como mínimo, lo mismo que aportamos, si no más.

El progreso social y personal se basa en una cadena transitiva de favores. El sistema en muchas partes del mundo es tan disfuncional porque una minoría bloquea la cadena transitiva y la justicia no fluye entre las personas porque ha sido secuestrada por una mafia de cobardes abusones.

Los orientales entendieron mejor este concepto y lo llamaron karma. Al final todo lo que haces en la vida vuelve a ti, pero sólo indirectamente.

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