Sobre el Estado de la Beneficencia y la Responsabilidad Individual

La pandemia ha demostrado que debemos reemplazar el Estado del Bienestar (mejor dicho Beneficencia) por el Estado de la Responsabilidad Privada e Individual. Los políticos, en su afán por llegar al poder y su idea ilusoria de que si ellos están a cargo las cosas funcionarán mejor, han convencido a la mayoría de la población de que su seguridad y su felicidad son competencia del Estado. La responsabilidad individual ha sido substituida por la responsabilidad estatal.

Este enfoque social presenta dos serios problemas. Primero, el Estado también es falible, cómo la Historia ha demostrado, en forma de terribles hambrunas y otras catástrofes derivadas de proyectos fallidos de ingeniería social cuyo craso error los políticos nunca reconocerán. Y segunda, y más importante, cuando el individuo actúa sólo siguiendo órdenes entonces deja de ser responsable de sus actos.

Conviene recordar que los ensayos clínicos sobre seguridad y eficacia de las vacunas proceden de las mismas empresas que hacen un pingüe negocio vendiéndolas. Y que los presuntos expertos que asesoran al gobierno puede que realmente lo sean en virología, pero quiza no lo sean en absoluto en economía, sociología, psicología y geopolítica.

Le dijeron a la población que se quedase en casa y (a la fuerza) se quedó. Le dijeron a la población que se vacunase en masa, y se vacunó. El confinamiento duro sirvió para frenar una escalada mortal de casos a costa de un daño económico incalculable. Las vacunas, ya se sabía, o se debería haber sabido, que no solucionarían el problema, debido a que ni tras un siglo de investigación hemos sido capaces de crear una vacuna eficaz contra la gripe ni contra la veintena de otros virus conocidos bajo el paraguas de “resfriado común”.

He conocido a talibanes de la mascarilla que se contagiaron en un concierto multitudinario. He conocido a quien se fue a una reunión familiar con “un poquito de temperatura”. He conocido a quien se fue de vacaciones, se contagió, y falsificó una PCR para poder regresar. Si con una muestra de apenas unos centenares de personas, he sido testigo de casos así, eso implica que la gente, en cuanto puede, se salta las normas. La libertad y el estado de derecho no pueden funcionar sin la responsabilidad individual.

Es evidente a estas alturas que la eficacia de las vacunas es real, pero limitada. Pero con el “Pasaporte COVID” puedes ir a todas partes. No es tu culpa. Con una PCR puedes incluso ir a la cena de navidad de los sanitarios de la UCI. No es tu culpa. Todo es culpa del Estado. De un Estado que no puede imponerte lo que debes hacer, porque, por diseño, no queremos que pueda.

La exención de responsabilidad se ha extendido a todos los ámbitos de la vida. Si estudias esto tendrás un trabajo bien pagado, y si no tienes un trabajo bien pagado entonces tendrás una renta básica, no te preocupes, alguien se encargará de que tengas los ingresos mínimos suficientes. Si te tomas las pastillas que te ha dicho el médico, te mantendrás sano. No necesitas comer con moderación, puedes tomarte una pastilla para regular el azúcar, y otra para regular el colesterol. Incluso puedes tomarte otra más si te deprimes porque no te gusta cómo te ves en el espejo. No necesitas hacer deporte, ser obeso está de moda. No necesitas pensar a qué velocidad puedes conducir, te lo indicarán las señales. Incluso puedes instalarte una app de «salud digital» que te dirá si llevas demasiadas horas enganchado al móvil.

A medida que perdemos la responsabilidad sobre nuestros actos perdemos también la libertad pues es necesario que alguien nos imponga lo presuntamente correcto.

La responsabilidad, además de individual, debe ser privada. La responsabilidad pública provoca que los que fallan sufran el escarnio social y la condena al ostracismo. Esto se manifiesta en sociedades cómo la japonesa, donde la población vive atemorizada de lo que puedan pensar sus vecinos, hasta el punto de que muchos de ellos ni se atreven a salir de casa. La responsabilidad pública es fácil de falsificar mediante apariencias. La responsabilidad privada se va a la cama cada noche con nosotros y no ceja en causar pesadillas cuando hemos obrado incorrectamente.

Puede que lo que propongo sea sólo otra utopía ingenua. Puede que realmente seamos casi todos tontos. A lo largo de toda la Historia ha sido una constante que una minoría gobierne sobre una mayoría. Quizá porque el comportamiento de rebaño sea inherentemente estúpido y nos conduzca a la extinción. Los nazis, los comunistas y aún hoy en día los norcoreanos y los chinos no creen en el valor del individuo. Creen que el individuo sólo debe ser un agente al servicio de un bien mayor, el Estado. Tales modelos sociales funcionan temporalmente, para el Estado, a costa de un sufrimiento brutal e indiscriminado para los ciudadanos. Un stress social que, tarde o temprano, ha acabado quebrando sistemáticamente a todos los estados totalitarios.

Puede que yo esté equivocado. Puede que yo sólo sea otro iluso. Pero merece la pena intentarlo. Para ello el primer paso es dejar de decirle a la gente lo que tiene que hacer sin pensar y, en cambio, proporcionar herramientas para razonar y para medir el progreso hacia la acción correcta.

Por ejemplo, supongamos que se desea reducir las emisiones de CO₂ en un vecindario. Se puede subir el precio de la energía. Eso ya se ha probado, aproximadamente con 45% de subida en los últimos doce meses, si no estoy mal informado, y no parece estar frenando la demanda. Se puede prohibir que los coches circulen por determinadas calles. Eso también se ha hecho. Y hay discusiones a “mata y degüella” en los hemiciclos municipales sobre la prohibición. Se pueden hacer todas esas cosas para encubrir que la mayoría de las emisiones proceden de la producción de energía y de la industria, no de los ciudadanos. Pero también se podría enviar un informe, anónimo, a cada casa, diciendo cuánto CO₂ está emitiendo la vivienda en comparación con sus aledañas. Al ver su mala puntuación, posiblemente, algunos líderes en emisiones se decidirían por abandonar el pelotón de los insolidarios. Al hacerlo, la media de emisiones bajaría un poco, lo suficiente cómo para que los campeones en ahorro ya no lo fuesen tanto y quizá deseasen recuperar su posición en cabeza. Así se generaría una dinámica de grupo con tendencia hacia la baja en el consumo en lugar de consumir cada uno tanta energía cómo pueda pagar. Expongo esto sólo a modo de un caso puntual. De hecho, no es idea mía, ya se ha probado, y funciona.

A dónde quiero llegar, en conclusión, es a que es perentorio que cambiemos las consignas sociales imperantes, basadas en responsabilizar al Estado de todo y al Individuo de nada. Y que lo hagamos al revés: enseñemos al Individuo a responsabilizarse voluntariamente de todo y así cada día necesitaremos menos Estado. Estaríamos mejor con menos Estado y más Anarquía, pues el Estado es una institución que se secuestra y se corrompe muy fácilmente hasta acabar plenamente en manos de unos pocos poderosos.

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