¿Está la inteligencia en declive?

Hommer's BrainConozco no pocas personas quienes opinan que la sociedad y las nuevas tecnologías nos están volviendo tontos. Siempre he visto a estos escépticos del progreso cómo luditas intelectuales anclados al pasado pensando que cualquier tiempo anterior fué mejor. Yo prefiero pensar que Internet modifica nuestras capacidades intelectuales pero no las reduce. No obstante, en este artículo reflexiono sobre lo que hay de cierto en que, en media, nuestro cerebro se esté atocinando, lo mismo que, en media, la población cada vez acumula más grasa para nada en el cuerpo.

El detonante para escribir esto ha sido un artículo de Jennifer Delgado Suárez sobre el Efecto Flynn (Lawrence Lessig ya dijo que toda creación es un trabajo derivado de otra). El Efecto Flynn es, resumidamente, que debido a la mayor inversión en educación y el menor número de hijos por mujer, los niños reciben mejor formación y eso repercute, en un mayor cociente intelectual medido según los estándares. Es decir:

comillasNuestra inteligencia está determinada por la sociedad en la que crecemos, los intereses que esta promueve y la educación que recibimos”.

Antes de entrar en debate, creo que es necesario puntualizar la diferencia entre ser tonto y ser estúpido. El tonto es aquel que carece de inteligencia. El estúpido es aquel que, incluso siendo inteligente, hace cosas que le dañan a sí mismo y a los demás. En primer lugar comentaré acerca de los tontos y seguidamente sobre los estúpidos.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que la inteligencia es la cosa mejor repartida en este planeta, casi todo el mundo cree tener la suficiente. Entonces ser imbécil es cómo estar borracho, no te das cuenta, ni tampoco te preocupa.

También a priori, hay que tomar en consideración las distorsiones de las estadísticas. Debido al Efecto Flynn, los resultados de los tests de inteligencia en las escuelas mejoraron en el Reino Unido entre 2 y 3 puntos por década entre 1938 y 2008, y luego empezaron a descender. Pero esto no implica necesariamente que los alumnos sean individualmente más tontos. Puede ser que al universalizar la educación bajó la media porque muchos de los que no la recibían por falta de recursos ahora sí la reciben, o hay más inmigrantes que no dominan suficientemente el idioma y cuentan en las estadísticas.

La inteligencia, cómo todas las otras habilidades, se desarrolla en respuesta a un estímulo. Ese estímulo evoluciona con el tiempo porque cada generación construye sobre los progresos de las anteriores. Por ejemplo, yo desarrollo software, eso es algo relativamente complicado, por consiguiente podría atribuirme cierto grado de inteligencia, pero llevo tanto tiempo escribiendo software que me he olvidado de los fundamentos del hardware subyacente. Es decir, por muy listo que pudiera ser, cualquier hombre de las cavernas me aventajaría en la habilidad para encender fuego. Por consiguiente, en cierto modo he involucionado. Los padres creen que sus hijos son tontos porque no saben ni cómo inflar la rueda de la bicicleta y los hijos creen que sus padres son tontos porque no saben ni cómo identificar el icono del WhatsApp en el smartphone. Aunque podría argüirse que existe una diferencia cualitativa entre ser muy bueno memorizando y ser muy bueno googleando ya que hasta el más cenutrio puede buscar en Google y sentirse un as de la búsqueda de información.

A continuación de lo anterior, hay que tener en cuenta que las cosas se diseñan en la vida para ser fáciles de utilizar. Bueno, excepto el grifo monomando de la ducha de los hoteles, el cual es un experimento continuado de razas alienígenas para medir el progreso de la Humanidad 👽. A media que simplificamos las cosas, reducimos el estímulo para aumentar la inteligencia. Esta reducción no es mala en sí misma porque no queremos que las cosas sean innecesariamente complicadas cómo eran los mandos a distancia de la televisión en los años ochenta, con treinta botones que nadie sabía para qué servían.

El argumento fundamental en contra del cambio en los estímulos a la inteligencia es que estamos fomentando una “cultura chatarra” en la cual nuestra inteligencia sirve sólo para encender y apagar el video y para mandar memes virales por chat debido a que la cultura de la distracción está provocando una epidemia de déficit de atención que a su vez causa un déficit de intención. Los más críticos dicen que los jóvenes están perdiendo incluso las habilidades de comunicación social y que está aumentado el bullying. Yo opino que los jóvenes no están perdiendo las habilidades de comunicación sino que se comunican por otros medios, lo mismo que dejamos de usar cartas postales cuando se popularizó el teléfono. Es cierto que es más fácil insultar por chat que en persona, pero también hay una creciente conciencia social contra el bullying.

Además de la variación en la naturaleza de la inteligencia individual, hay que tener en cuenta que cada día tiene más peso la inteligencia colectiva. Esta es la inteligencia combinada en las organizaciones. Y sucede que muchas veces las organizaciones no sólo no aportan valor sino que lo destruyen. Es decir, organizativamente, 1+1=0,8 Yo he trabajado toda mi vida para organizaciones que estaban repletas de personas indudablemente inteligentes las cuales, sin embargo, producían resultados paupérrimos al trabajar en grupo. En las empresas impera la inteligencia emocional, más conocida cómo quédate en tu sitio, hazte el majete con tus compañeros y no causes problemas ni cuestiones las órdenes. Al final del día la responsabilidad se diluye en el grupo y nadie es culpable individualmente de las malas decisiones. Mucha gente ha desarrollado inteligencia emocional, sí, pero esa adquisición ha consistido principalmente en la habilidad para regular la expresión pública de sus emociones poniéndolas al servicio de su maquiavelismo. Es decir, la inteligencia emocional sin fundamento moral es un avance cosmético.

Las causas del descenso de la inteligencia promedio medida en las escuelas son todavía objeto de estudio para mi. Pero creo que al menos en parte están relacionadas con un efecto secundario indeseable de la inclusión social. Me lo explicó hace bastantes años un profesor de enseñanza secundaria. Me dijo: “Mira en una clase tienes treinta niños. De los cuales cinco no alcanzan el nivel mínimo. Otros cinco se aburren porque van muy delante del pelotón. Y el resto va tirando cómo puede entre el aprobado por los pelos y una nota razonable. Entonces, lo que haces para incluirlos a todos es bajar el nivel un poquito, no mucho, digamos un 5%. Pero si cada profesor de cada curso baja el nivel un 5% ¿que pasa al final del ciclo?”. Los padres vivimos en un estado neurótico en el cual queremos por una parte fomentar la cultura del esfuerzo pero por otra queremos evitar que nuestros hijos sufran ni un mínimo grado de stress.

Para terminar, una nota sobre la estupidez. Conviene saber sobre la estupidez que cada persona comete tantas estupideces cómo puede. Por ejemplo, sales a comer y te atracas de carne y dulces hasta que te empachas, además te bebes una botella de vino y tras ello tienes una indigestión y una resaca. ¿Por qué lo has hecho? Pues porque tenías el dinero para pagar semejante comilona obscena. La basura no se recicla porque hay contenedores que tragan con todo. No dejamos de emitir CO₂ porque está chupado encender la calefacción o arrancar el coche. Cambiar estos hábitos requiere una fuerte inversión en la capacidad para pensar a largo plazo, que es algo que el mercado capitalista no quiere que hagamos porque los pingües beneficios dependen en muchas ocasiones de que hagamos impulsivamente algo estúpido.

Conclusión

La inteligencia cambia de forma con cada generación en respuesta a los estímulos que recibe el cerebro. Estamos perdiendo las habilidades para sobrevivir individualmente (ya las hemos perdido de hecho). Pero es que la estrategia de la Humanidad para conquistar el planeta no está basada en la habilidad individual sino en la sinergia de grandes grupos de personas.

Probablemente el siguiente gran paso que debemos dar en la evolución intelectual es desarrollar la capacidad de pensar a largo plazo para evitar hacer cosas estúpidas debido a decisiones cortoplacistas.

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