Antimeritocracia

Algunos de los tipos más tontos que conozco se mueven en el entorno del Software Libre. La suya es una tontería superlativa, porque, curiosamente, nacieron con una inteligencia superior a la media, pero en un momento determinado de su vida sufrieron un cambio emergente de actividad y se volvieron estúpidos premeditados.
Tan estúpidos como para empezar a regalar su propiedad intelectual, por ejemplo. Pero quizá una de las cúspides más gloriosas de su sectario suicido colectivo ha sido la popularización de la idea de que la meritocracia es intrínsecamente una buena cosa.
La meritocracia es una manzana envenenada como pocas. En principio, suena muy bien que cada uno sea retribuido por sus méritos. Hasta que te das cuenta de que para que te sigan retribuyendo tienes que seguir haciendo méritos. Y hacer méritos constantemente es muy fatigoso. El retirado futbolista Zinedine Zidane dijo en una ocasión: «Me cuesta mucho llegar a mi nivel» (los años no pasan en balde).
Derivada de la meritocracia es la idea que comentaba Juantomás sobre tratar de reclutar siempre gente más inteligente que tu mismo para tu empresa ¡Menuda gilipollez! ¿Qué clase de idiota enrolaría al Capitán Jack Sparrow como segundo de abordo en su barco pirata? Los tipos listos nunca son de fiar. A la mínima oportunidad se enrolan en otro barco donde haya mejor botín. O, peor, se compran su propia nave y se dedican a expoliar las mismas rutas marítimas que tu.
La pericia de un jefe no se demuestra cuando es capaz de crear una gran empresa con grandes trabajadores, sino cuando es capaz de crear una gran empresa con gente mediocre.
Para empezar, es prácticamente imposible reclutar sólo buenos trabajadores, porque el porcentaje de vagos e idiotas por metro cuadrado es aproximadamente el mismo en todo el mercado laboral, y es extremadamente caro cribar las pepitas de oro de la arena.
En segundo lugar, existen problemas intrínsecos a la situación de que todo el mundo sea una primera bailarina. Tal es el caso de los equipos de fútbol de primera división que, ni abarrotados de estrellas rutilantes, consiguen en ocasiones dar pie con bola.
En realidad lo más rentable a nivel personal, es acumular unos cuantos méritos notables durante un tiempo y luego vivir de sus réditos a lo David Beckham.
Quizá el caso de antimeritocracia más notable en toda la historia sea el de Napoleón Bonaparte. Napoleón no ganaba las guerras gracias a un ejército de calidad excepcional. Sus soldados eran tropa de leva, y, al menos en equipamiento y pericia de maniobra, eran netamente inferiores a los prusianos. Lo que Napoleón hacía excepcionalmente bien era emplear con astucia aquellos recursos que tenía disponibles.
Para terminar, debo reconocer que la meritocracia tiene al menos un aspecto positivo. El grado de problemas y stress que se sufre como jefe de una empresa no depende de los factores externos a la empresa ni de como esté organizada, sino casi exclusivamente de la cantidad de subordinados que tengas con capacidad para meterte en un buen lio. Lo bueno de disponer de gente realmente meritoria es que te puedes ir a casa a las cinco tranquilamemte sin sufrir insomnio por la incertidumbre de qué desastre sucederá como consecuacia de haber dejado solos a tus trabajadores durante un par de horas.
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