Recuerdo que en plena burbuja el año 2004 un analista de riesgos me dijo: «Pero, con esta operación ¡lo que pretendeis es forraros a costa del banco!». «Forrarse» significaba que, si salia bien, nosotros doblábamos el dinero en 18 meses mientras que el banco obtenía un 6% anual. Aquella charla fue muy divertida. Le propuse al analista que entrasen ellos mismos para «forrarse» como inversores y me miró con cara de haba alegando que no había ninguna garantía real. Un ex socio le propuso algo aún más hilarante, le pidio dinero prestado para comprar acciones del banco ¡con la garantia de pignorar las propias acciones!
Un déjà vu que he tenido leyendo el post de Seth Godin Pero, y si funciona? En la cual relata el miedo a que alguien se lucre como efecto secundario de la propia buena fortuna. He estado en proyectos en los cuales por cada euro que yo ganaba la otra parte ganaba cuatro y aún así le parecía que yo era un parásito. Paz Ambrosy, gestora de fondos y profesora del IE, me mostró en una de sus clases una cláusula de inversión llamada «envidia» cuyo propósito es compensar a los emprendedores con dinero extra en el caso de que los inversores obtengan pingües beneficios.
Demasidas personas se pasan la vida intoxicadas por las comparaciones. La competencia es un veneno adictivo que genera obsesión por ganar. Preocuparse por los beneficios que obtendrán otros como efecto secundario inevitable de las ganancias propias es claramente enfermedad.
Esa cláusula yo la he visto denominada como «antiembarrasment clause» y que, básicamente, se refería a la salida del capital de una startup cuando no se ha cumplido el objetivo de valor y/o las relaciones no van bien con el resto de accionistas y aceptas marcharte casi con lo puesto. Básicamente te protege de que en un período razonable se alcance una valoración muy superior a la obtenida y que no era previsible o de que te estén tomando el pelo y haya un comprador esperando a que tu te vayas y aparezca como arte de magia pagando lo que no te pagaban a ti.