Marcus Hurst publica en Yorokobu que estamos entrado en la era del emprendedor social. O más bien yo diría que ya hemos entrado y aún no nos habíamos enterado, porque hace ya años que Borja Prieto me pasó una invitación para Kiva.
Las buenas noticias son que vamos progresando. A pesar de lo que digan los pesimistas crónicos, nunca había habido, en media, tanta sensibilidad en el mundo por la responsabilidad social y la sostenibilidad. Puede que sea una moda, si, pero no es una moda para nada mala. Más vale tarde que nunca, es una suerte que ahora hayamos recordado algo que se nos había olvidado: en hebreo el equivalente de la palabra caridad «tzedaká» (צדקה) tiene la misma raiz etimológica que justicia «tzdek» (צדק). Y en oriente Tsung Tzu puso un énfasis especial en la benevolencia y la justicia como factores clave para prevalecer frente a enemigos que, aún siendo en principio más poderosos, carezcan de un orden social equitativo.
No conozo ningún emprendedor, ni uno sólo, y conozco a bastantes, cuyos fines cuando montó su empresa fuesen exclusivamente económicos. Todos querían ganar dinero, si, a fin de cuentas de algo hay que vivir, pero la razón fundamental por la cual crearon una sociedad mercantil no fue de indole crematístico. Y diré más, todas, el 100%, de las PyMEs a cuyos propietarios conozco tienen una componente de ONG.
Lo único que yo no llevaría tan lejos es la idea de que el emprendizaje social sea un nicho de mercado en si mismo. Ciertamente se puede sobrevivir y hasta ser rentable con una empresa cuya misión sea la redistribución de la riqueza, pero de ahí a que haya que crear un nuevo pico de expectativas alrededor de las empresas ayuda a los necesitados hay un trecho.
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