Morir de madurez

Una de las cosas que sorprende al televidente español la primera vez que se pone a ver el telediario en Estados Unidos es que se tiene la impresión de estar viendo las noticias del Canal Geriátrico. En EE.UU. no es raro encontrar a un vetusto señor de pelo blanco comentando las novedades del día.
Aquí, en España, José María Carrascal fue la excepción, y ni aún así, porque en Antena 3 se negaron sistemáticamente a pasarle del late night a prime time a pesar de que era líder en audiencia.
Aquí lo que se lleva es la novedad, una cara mona, como la de Leticia en su época, o, en todo caso, un hombre que no incomode al gobierno, como Urdaci. Ahora mismo el mejor pagado en la tele es Javier Sardá, con ese pedazo de programa de La Noria en Telecinco.
La tele quema, y si difícil es llegar, más difícil es mantenerse, al menos mantenerse más de una legislatura. Hasta a German Yanke se lo cepilló la Espe tras aquella polémica entrevista que le hizo en 2006, y mira que el suyo no era un telediario al que sólo le faltaba la sintonía del No-Do como cabecera.
Aquí se muere uno de madurez con mucha facilidad, excepto que acepte irse a las tertulias de la mañana con María Teresa Campos, y no meta allí mucho follón.
Yo siempre he pensado que sesenta años es una edad razonable para dirigir un gobierno, pero aquí pasando de los cincuenta cualquier candidato presidenciable es ya un prejubilado.
Pero si hay un sector donde la madurez afecta injustamente de forma devastadora, ese es el software.
¿Alguien se acuerda de cuando Oracle compró Sleepycat en 2006 o de cuándo IBM donó UIMA a Apache en 2007 o de cuando donó System ML en 2015?
Los usuarios, y en especial los desarrolladores, son devoradores voraces de novedades. Cuando no las tienen se aburren, y se ponen a mirar otro proyecto. No importa que el proyecto que tienen sea robusto y fiable. Su madurez lo hace aburrido. No importa si el nuevo producto es un poco mierdoso (crapy como dicen los angloparlantes). Si tiene iconos chulos ¡a instalárselo!
¡Ay! A cuántos usuarios les he advertido que no se instalen Windows Vista. Y no me han hecho caso. Y luego me han venido llorando. Les he dicho: «quedaros con XP que es de lo mejorcito que ha hecho Microsoft en toda su historia». Pero no, XP es maduro, es decir, sinónimo de obsoleto.
En un proyecto, cuando dejas de publicar novedades, los usuarios, simplemente, se van. No importa que el software siga siendo plenamente operativo y que, en realidad, no haga falta actualizarlo, porque está tan estable y bien terminado que es difícil añadirle nada más sin complicarlo y empeorarlo. Ese es el gran drama de la madurez: que las canas no son sexys en el software.
Supongo que alguien pensará que así es como se innova: tirando todo lo anterior a la basura y volviendo a empezar. Pero es que en ese proceso cíclico en software hemos reinventado la rueda como diez veces en los últimos cincuenta años, poniendo nombres nuevos a ideas viejas. Llamándolo primero RPC, luego ORB, seguidamente EJB y, últimamente SOA/WS, para arebozar como novedoso algo que sigue siendo más o menos lo mismo.
Y si es dura la forma en la que uno tiene que sacar novedades de una chistera cada seis meses para mantener distraído de la madurez al personal, mucho peor es lo que cuesta mantener una reputación merecidamente adquirida. Porque la condena del software es que no existe el concepto de «casi bien». 99,9% fiable no es fiable. Y basta, por ejemplo, un agujero de seguridad, sólo uno, para que tu software sea etiquetado como «no seguro». Aunque los mismos tontos que le han colgado ese San Benito se muden a usar otro software nuevo que ni ha sido probado ni se sabe cuantas decenas de agujeros iguales o peores puede tener.
En conclusión, si tienes un proyecto de software, cada seis meses dale bótox y cámbiale el vestido, como a la Barbie, así seguirás vendiendo la misma muñeca todos los años, sólo tienes que acordate de que lo fundamental es cambiarle el traje amenudo para no pasar nunca de moda.
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