Estamos a las puertas de un gran cambio social. Y no me refiero meramente a salir de la crisis económica o a una alternancia de poder político, sino a una verdadera transformación en el funcionamiento del sistema. No conozco a ninguna persona sensata que no reconozca la necesidad imperiosa de terminar con la partitocracia y reformar profundamente el actual sistema de gobierno.
El momento exacto en el cual se producirá una revolución es difícil de predecir. La tensión social se acumula sin grandes signos externos evidentes hasta que un día, de repente, estalla súbitamente como un terremoto.
Lo que sí creo que es posible predecir aproximadamente son las direcciones tomará la próxima revolución.
Odio los posts largos, y este me ha quedado bastante largo, de modo que me llevaré al cuerpo extendido mi propio Decálogo para la revolución social venidera.
1) Fé en la posibilidad de un cambio. Siguiendo el lema de Tsung-Tzu «vencer sin combatir», la clase política ha ganado, por el momento, la guerra a la ciudadanía haciéndoles creer que no vale la pena luchar por un cambio porque: a) la democracia actual es el sistema de gobierno perfecto y b) la imperfecciones del sistema son imposibles de arreglar, siendo las únicas opciones del ciudadano elegir entre malo o peor, pero nunca algo diferente de lo que ya hay. Se asume que el gobierno serán siempre rojos o azules, que el alcalde del pueblo será de por vida Fulanito de Tal y que lo único seguro en esta vida son la muerte y los impuestos.
2) La nueva forja de opinión. Hay un dicho popular: «la opinión pública es la peor de las opiniones». Pero es un bulo radicalmente falso, difundido para hacernos creer que no debemos pensar demasiado. La prensa clásica es la mala opinión, con sus artículos típicamente partidistas, sesgados y mal documentados, que le dan al lector su ración diaria de noticias filtradas y precocinadas. Muy al contrario de lo que afirma el refrán sucede de un tiempo a esta parte que los presuntos gurús opinan una cosa y la gente llana opina otra muy distinta y, a la postre, resulta que la gente, amparada en el más elemental sentido común, tenía razón, y los gurús, con sus rebuscadas teorías y estrategias, estaban equivocados. Habrá (de hecho ya hay) un nuevo sistema de producción social de opinión en el que se concederá mucha menos credibilidad a la propaganda y a los mass media y mucha más a las micro-opiniones de personas sencillas y corrientes. El tópico de que cada día la gente está más aborregada también es mentira. Es otra de las falsedades difundidas para hacer creer que la nueva forja de opinión nunca funcionará y que, por consiguiente, es inútil escribir una opinión personal en un foro o abrir un blog. Un efecto secundario, incluso involuntario, del incremento de uso de las tecnologías de las comunicaciones es que conectan a los individuos y crean una mayor transparencia social. Gracias a las TIC, el populacho se está volviendo más listo, no más tonto como quieren hacernos creer.
3) Democracia directa. Cuando todo el mundo tenga un DNI electrónico será posible ejercer algo muy parecido a la democracia directa. Organizar una votación, lo que ahora es un proceso muy caro y complicado, se convertirá en algo muy sencillo. Las personas podrán votar a diario sobre lo que les parece bien o mal, y, aunque no sea un voto que oblige al gobierno a actuar en consecuencia, será algo a tener muy en cuenta. Las personas podrán, además, delegar su voto en terceros, y estos terceros a su vez en otros, creando así transitivamente un sistema piramidal de delegación de la confianza.
4) Desprofesionalización de la política. No es nada bueno que una persona acabe su carrera, se meta de portavoz local en un partido, ascienda primero a concejal y luego a diputado, y de ahí a ministro, o incluso más arriba todo ello sin haber pisado nunca el mundo real. Así tenemos políticos que no saben lo que vale un café o una ensalada, o que no tienen ni carnet de conducir porque llevan toda su vida viviendo con chófer y coche blindado. Además, es de traca que la de político sea la única profesión para la cual no se exige ninguna cualificación ni experiencia ni tampoco se exija ninguna responsabilidad a las personas que causan estragos mediante un ejercicio negligente y corrupto de su cargo.
5) Desarticulación de la partitocracia. Los partidos políticos deben refundarse para dejar de ser víctimas de su propio corporativismo en el cual sólo importa rodearse de suficientes pretorianos de y perros de presa para liquidar al rival interno de tu mismo bando. No es admisible que un político se presente a cuatro elecciones seguidas y las gane, o las pierda, y ahí siga tan pancho en el cargo. Los partidos políticos deben, además, crear mecanismos internos de auditoría y vigilancia anticorrupción. En España, en particular, hay que cerrar de una vez por todas el modelo autonómico, no es posible que cada dos por tres esta o aquella comunidad autónoma ande pidiendo que se revise su financiación o sus competencias en función de su capacidad para actuar como partido bisagra de turno.
6) Reducción de los gastos fijos. Cualquiera que tenga una empresa sabe que los gastos fijos son algo extremadamente peligroso. Y un peligro del que, además, sólo te das cuenta el día que las cosas te empiezan a ir mal. Sin embargo, en política, cada nueva ley parece que añade un poquito más de gastos fijos al estado y las autonomías. El primer paso para hacerse rico es tener dinero líquido. Si continuamos financiando el bienestar a base de incrementar la deuda sólo conseguiremos empobrecernos.
7) Reforma de las leyes y regulaciones fiscales y laborales. Habría que crear un nuevo concepto de cotización mediante el cual las empresas paguen el despido de los empleados mes a mes, y, llegado el caso, si quieren despedirlos, sea el estado quien pague la indemnización por despido improcedente. Así las empresas podrían hacer contratos indefinidos a todo el mundo. El problema esencial de los despidos es que su coste no está en la contabilidad y, por consiguiente, el gestor de la empresa tiende a ignorar que cada día que pasa contrae una deuda con los empleados que algún día tendrá que pagar. También habría que bajar el impuesto de sociedades para fomentar que las empresas se capitalicen porque actualmente para las empresas ahorrar es tan escandalósamente caro que es perfectamente comprensible que ninguna tenga ni un euro de caja líquida. Habría que fomentar el empleo vinculado a la formación mediante contratos especiales que permitan a la gente estudiar y trabajar. La cotización a la Seguridad Social por cuenta de la empresa debería ser menor para las mujeres que para los hombres, pero no de forma puntual o como incentivos temporales, sino de forma permanente de manera que para una empresa fuese más barato contratar a una mujer que contratar a un hombre. Es imprescindible buscar nuevas fórmulas de concilición de la vida laboral y familiar. Se debería poner fin radicalmente a la moda de las prejubilaciones a los cincuenta y tantos años. A los millones de parados de baja cualificación profesional habría que irlos reinsertando en nuevas industrias con una intensidad media de requisitos de formación. Puede que ya no sea rentable sembrar trigo o fresas en España sin subsidios agrarios, pero aún podemos fabricar galletas y mermeladas competitivas. Es absurdo confiar en las nuevas tecnologías como salida a corto plazo de la crisis, simplemente porque no hay suficiente mano de obra cualificada en nuevas tecnologías. La salida son las empresas que no son de sembrar patatas, ni tampoco de fabricar nanorobots, sino algo intermedio.
8) Nuevas leyes financieras para bancos y cajas. No es aceptable que los ciudadanos y las empresas sean rehenes de los bancos y las cajas. Se debe obligar a los bancos a separar sus inversiones de algo riesgo de su gestión de los ahorros de los clientes, para evitar corralitos financieros. También hay que obligarles a que si reciben dinero con intereses irrisorios lo utilicen para ponerlo efectivamente en el mercado, y no para cosas como comprar deuda pública (es de chiste que un banco obtenga dinero prestado al 1% y lo use para adquirir deuda pública al 4%). Las hipotecas para la compra de vivienda deberían incluir siempre seguros por desempleo, de manera que quién pierda el trabajo pueda dejar de pagar durante los meses que esté en paro. Es absolutamente imprescindible sacar las cajas de las garras de los políticos. También hay que fomentar que los bancos financien más inversión y menos consumo.
9) Medidas para la sostenibilidad. Entendiendo que la sostenibilidad debe ser también económica. No es de recibo que se instalen energías renovables al coste de incrementar un 40% el recibo de la luz en pocos años. Hay que reabrir el debate sobre la energía nuclear. Las centrales nucleares modernas son mucho más seguras y limpias que los antiguos Chernobiles. Para reducir la dependencia del petróleo es imprescindible usar menos el coche, lo cual es algo irrazonable de pedir excepto para las personas que viven y trabajan en grandes centros urbanos y no tienen hijos. Hay que operativizar el reciclaje, la población no recicla en gran medida no por falta de conciencia cívica sino por falta de facilidades suficientes para hacerlo.
10) Compromiso meritocrático. Hay que empezar a valorar más a las personas por sus méritos a lo largo de su trayectoria. Uno de los grandes temás tabú es la necesidad perentoria de sencillamente dejarse de chorradas y ponerse a trabajar. También es muy estimulante la sensación de saber que, según caminas, hay un montón de gente detrás tuya sin hacer nada esperando a ver cómo te la pegas. Esto tiene que dejar de ser un cubo de cangrejos donde cada vez que uno asoma por el borde los otros le tiran con las pinzas nuevamente hacia abajo.
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