De un tiempo a esta parte se han puesto de moda los libros de economía alternativa como Freakonomics o El economista camuflado destinados a buscar causas económicas ocultas en lo cotidiano.
Freakonomics me lo recomendó Juantomás y es cuando menos curioso y divertido, aunque dudo que a Levitt y Dubner les den el premio Nobel de economía por la obra.
Como nadie es profeta en su tierra, Jesús Merodio lleva varios dias burlándose de mi pericia como economista casero por haber afirmado que el grado de desarrollo de un pais se mide por la calidad de su repostería. Si, cuando la gente tiene tiempo de sobra y se aburre, se dedica a hacer postres. En ninguna cafetería española sirven a diario cortes de tartas king size tan generosos como Starbucks. Ni voluptuosos cruasanes de exuberancia Parisina. No existe un postre típico navideño como el Trifle inglés. Ni una expresión equivalente a «as american as the apple pie«.
En España prestamos poca atención a los acabados y la presentación. Esta mañana, Julio me decía que nuestro producto hipergate es feo, mi hermano Iván dice lo mismo, y ambos tienen razón.
Hace años me topé (por casualidad) con Silvio Berlusconi reprendiendo duramente entre bastidores a un asesor de imagen. Le dijo que le estaba echando la bronca porque prácticamente cualquier asesor de imágen digno de llamarse como tal podía hacer el 90% del trabajo de su empleado, pero que él no le estaba pagando el sueldo por ese 90% sino por el otro 10%
Julio me decía algo similar de los productos de software: que no se invierte en diseño más del 10% del presupesto total, pero que ese 10% de inversión supone un 90% de lo que valora y percibe el cliente.
En España hay productos magníficos de todo tipo, que no se venden proporcionalmente bien en consonancia con su alta calidad debido a que están toscamente acabados y pobremente presentados. Aquí te ponen un flan, o una cuajada, o como mucho un bizcocho, y es por eso que no somos una de las primeras superpotencias reposteras mundiales: porque el turrón cortado a cachos no entra por los ojos por muy rico que esté.
Por último, Raquel me dijo también que no le interesaba nada de La Pastilla Roja a menos que hablara de ella. Y me preguntó qué le diría. Sería descortés perder un lector por desdén. De modo que le diría que en política ahora se han puesto en boga las mujeres, y que estamos igualmente necesitados de su mayor diligencia en la gestión, como de sus mejores dotes en recursos humanos y su infinitamente superior sentido de la moda. Nos hacen falta ministras dignas del Vogue y del Hola más glamouroso. Porque sin su sentido de la estética nunca habrá productos españoles tan sexys como el iPod y el iPhone. También se innova en la apariencia externa, y en la relación emocional con el cliente, y no sólo en los inventos de bata blanca.
Economía repostera
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