El Quejido Nacional

QuejaFué en una inspiradora charla de José María Gasalla organizada por un ex-presidente de EO-Madrid donde escuché la expresión del “quejido nacional” para referirse a esa gente (o así lo interpreté yo) que es demasiado perezosa como para ser feliz.

Gracias a mi profesión, he tenido la suerte de conocer a muchas personas capaces y exitosas. Les he visto protagonizar eventos estelares y también pasar las de Caín. Les he visto llorar de desesperación, les he visto hacer cosas que no puedo poner por escrito, pero nunca, ni una sola vez, a ninguno de ellos, le oí lamentarse de su (mala) suerte o de la dureza de su entorno.

Este es un artículo de opinión. Normalmente evito opinar en público, porque las opiniones son como los culos: todo el mundo tiene uno. Haré una excepción puntual con el quejido, por si alguien se aburre con el café y no le apetece uno de mis artículos técnicamente espesos.

El origen del quejido

El origen del quejido es gente que crece dando por sentado que el estado de bienestar beneficencia que les rodea es el orden natural y espontáneo de las cosas. Es gente que piensa que no hay basura en las calles porque nadie la tira o que el césped de los parques está despejado en invierno porque las hojas otoñales se evaporan. Mariano Rajoy, dos veces presidente de España, dijo una vez en un mítin que “esto no es como el agua que cae del cielo sin que se sepa exactamente por qué”. En los países desarrollados hay tantas cosas que caen del cielo que la gente ya no sabe ni de dónde vienen.

Entonces se producen dos fenómenos: primero, la privación –aunque sea momentánea– de los privilegios artificiales provoca una indignación inmediata; y segundo –aún peor– se piensa que aquellos que carecen de los privilegios debe ser porque algo muy malo habrán hecho para merecer semejante infortunio.

Atajos mentales

Hace ya algunos años, pedí la baja voluntaria de un buen empleo para dedicarme a otras aspiraciones vitales. Se trataba de un buen puesto, de esos con buena paga, una mesa frente a la ventana y una plaza de aparcamiento reservada. Antes de irme le sugerí a la persona más próxima a mi en competencias que quizá debiera postularse para el cargo. “No me lo han ofrecido” me espetó con seridad. Casi me parto de la risa en ese mismo momento “¿Ofrecérselo?” (pensé). Sencillamente era más fácil quejarse de lo que no estaba haciendo su jefe que currarse el ascenso ¿verdad?

Por bien fundamentadas razones, el cerebro siempre intenta hacerlo todo con el mínimo esfuerzo. O debería intentarlo porque también hay gente empeñada en hacerlo siempre todo del modo más difícil. Pero las razones para hacerlo todo de la forma más difícil serían otra larga historia. En la mayoria de los casos prevalece la pereza. Entonces es más fácil pedir (exigir) que hacer.

La imputación de responsabilidad, o abuso, a un tercero puede proporcionarnos un alivo temporal a una situación de stress, pero constituye una práctica muy peligrosa debido a que por efectos neuroplásticos las sinapsis que se activan juntas tienden a unirse. Entonces la queja crea un hábito y ya no sabemos hacer ninguna otra cosa que quejarnos. Peor aún, la repetición del mantra quejica crea un sesgo de confirmación por el cual acabamos creyendo ciegamente en nuestras opiniones negativas a medida que nos obsesionamos más y más con ellas hasta que acabamos pensando que el Universo conspira contra nosotros, esta Teoría del Universo Contra Ti la explica de una forma muy divertida Emilio Duró.

La quejumbrera crónica tampoco es nada buena para hacer amigos, ya que es poco probable que las mismas personas a quienes se critica estén muy predispuestas a ayudar. La queja nos desposee de empatía al negarnos a especular sobre por qué algunas personas nos defraudaron. La queja indignada nos impide perdonar y entender, y a la postre el quejica acaba rodeado sólo de personas que son realmente tan deplorables como él piensa, porque la gente mentalmente saludable se harta de tanta negatividad y se aleja.

La queja sistemática nos ancla en el pasado y en las razones por las que no podemos hacer algo. Nadie triunfa mirando atrás y exigiéndole a los demás que hagan (o dejen de hacer) algo.

En definitiva, la queja es lo peor, tan mala que hay hasta gente que escribe artículos en blogs quejándose de los que se quejan.

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