Contrafactuales y desdoblamiento digital de personalidad

Hoy dediqué un poco de tiempo a investigar la relación entre las redes sociales y los hikikomori (ひきこもり) el síndrome social propio de Japón por el cual aproximadamente un millón de adolescentes viven aislados de la sociedad formando una especie de generación bunker. Lo que me interesaba averiguar es si las redes sociales contribuyen a dicho aislamiento o, por el contrario, podrían ayudar como una parte de la terapia para reinsertar a los anacoretas.

Según parecen indicar los estudios, la secuencia típica de convertirse en hikikomori incluye los siguientes ingredientes:
– Tener una personalidad más bien tímida por naturaleza.
– Sufrir acoso en el centro escolar.
– Sentir una presión académica imposible de soportar.
– Ser educado exclusivamente por la madre.
– Pensar que se vive en un entorno socialmente injusto.

El fenómeno afecta mayormente, aunque no exclusivamente, a los varones y prevalece en Japón, aunque se habla de que se podría estar extendiendo en otros paises. El detonante final puede ser un fracaso amoroso o escolar y la consecuencia es una actitud de procastinación absoluta a largo plazo en la cual el individuo se retira permanentemente del mundo. El hikikomori no se relaciona directamente con nadie y amenudo sufre un profundo odio hacia la sociedad y hacia su padre.

De los hikikomori se empezó a hablar en los 90 y observando el patrón de comportamiento de los afectados es bastante evidente que la disponibilidad de Internet y videojuegos contribuyeron a proporcionar un mundo virtual en el cual crear un lifebox que fuese lo que a uno le gustaría ser, y no lo que es realmente.

Los psicólogos dicen que la presión que los padres y abuelos de la posguerra nuclear ejercen sobre los adolescentes contribuye de forma característica a agravar el problema debido a que los chicos sufren una presión por el logro que les acaba siendo imposible de soportar. En este aspecto es curioso que el equivalente (salvando grandes diferencias) en España podría ser la Generación Ni Ni de más de setecientos mil adultos menores de 34 años que ni estudian ni trabajan y viven con sus padres. Aunque lo que es evidente es que los Ni Ni lo llegaron a su statiu por exceso de presión familiar y social sino más bien por todo lo contrario y supongo que por eso lo suyo es más bien la farra y el salir de cañas al estilo de Tato, con moto y sin contrato en vez de quedarse en casa.

Un hecho que me parece significativo de los hikikomori es que el síndrome
parece en cierta forma un regreso al mundo imaginario de la infancia
. Todos los niños pequeños pasan por una etapa en la cual piensan a ratos de forma contrafactual. No es que los niños no entiendan las relaciones causa efecto, ni que sean incapaces de distinguir la realidad de la ficción. En realidad los niños son bien capaces de hacer ambas cosas desde muy pequeños. Lo que sucede es que los prescolares inventan con frecuencia compañeros y mundo imaginarios que incorporan a su dinámica cotidiana. Los avatares imaginarios de los niños tienden a desaparecer con el paso del tiempo, aunque no siempre, Kurt Cobain escribió su nota de suicidio a su compañero invisible, pero no tienen nada de enfermedad mental, los niños no sólo ven el mundo como es sino también como podría ser o cómo a ellos les gustaría que fuese, y esta visión imaginativa infantil es clave para el progreso cuando se traslada a la edad adulta.

Creo que en gran medida lo que les sucede a los hikikimori es una involución a la edad infantil en la cual podían depender despreocupadamente de sus padres. A esto lo llamo vulgarmente la etapa de «¡Mamá! Prepárame el bocata de Nocilla».

Los terapeutas orientales y los occidentales tienen dos enfoques diferentes para tratar el problema. El Japón, donde se presta un gran celo a la intimidad, se tiene tendencia a no inmiscuirse de forma directa, porque se considera una cuestión interna de la familia y para minimizar el riesgo de suicidio, y se suele dejar que el individuo se vaya recuperando de su stress postraumático. Los psicólogos europeos son más bien partidarios de «echar la puerta abajo y quitarle al menda el canguelo a patadas». A juzgar por la extensión del problema, y teniendo en cuenta que cuanto más tiempo pasa aislado menores son las probabilidades de recuperar una vida normal, la metodología nipona probablemente no es muy efectiva.

Quizá exista una tercera vía, que debería empezar por enseñarle a los jóvenes que su resistencia real llega mucho más lejos de lo que ellos creen. Conforme la sociedad se va volviendo más acomodada el umbral máximo de resistencia de los individuos disminuye, y si en 1945 el nivel de resiliencia le permitía a una persona sobrevivir a un campo de concentración o a un bombazo nuclear, en el siglo XXI que unos compis cabrones te peguen un chicle en el pelo por enésima vez podría ser el desencadenante de que el chaval se quede una semana en casa sin ir al colegio. Otra posibilidad es reinsertar a los reclusos a través de las redes sociales. Si viven en Internet es en parte porque odian el mundo real. Bien ¡pues bríndeseles la oportunidad de materializar su mundo ideal! Una de las cosas que tiene Internet es que puede hacerle sentir a uno menos solo. Un adolescente que ha sufrido un fracaso amoroso puede estar demasiado traumatizado como para volver a intentarlo nuevamente por la vía de ir de frente y por la puerta grande en un bar de copas. Pero puede ir a un sitio de dating online en el cual chatear de forma relajada. Lo mismo que los niños acaban a la postre conectando su mundo imaginario con el mundo real, la clave de la conciliación analógica y digital estriba en cómo se establecen los límites y el nexo entre ambos mundos de manera que el superhéroe digital sólo sea la fase embrionaria conceptual del superhéroe real.

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