Relatos épicos

Iwo Jima Tengo tantos libros que a veces me paseo por mis viejas estanterías y encuentro algo que ni siquiera sabía que tenía. Es como hacer arqueología, y de vez en cuando se encuentra alguna gema preciosa.

Ayer encontré un grueso volumen de Oson Scott Card titulado Mapas en un espejo. Una recopilación de cuentos que trae, entre otras cosas, una narración titulada El Originista, relacionada con Hari Seldon y la Fundación de Asimov. En una parte de la historia la antropóloga Deet explica que :
El vigor de una Comunidad depende de la lealtad de sus miembros, y dicha lealtad se puede generar y reforzar mediante la diseminación de relatos épicos [….] Historias que permiten que La Comunidad parezca más importante, más crucial para la vida humana.
Al leerlo me acordé de una exhibición aérea a la que asistí hace un tiempo. Asombrada por las acrobacias una mujer de la grada exclamó: «¡Vaya! Parece mentira lo que hacen los aviones modernos» Un hombre a su lado la corrigió diciendo: «No señora, esas acrobacias no las hace el avión, las hace exclusivamente el piloto».
Un poco lo mismo pasa con el software. Cuando abres el código y te pones a leerlo, está llenos de relatos épicos con nombre y apellidos.
Parece mentira que a estas alturas muchos supuestos profesionales del sector TIC aún no hayan entendido que los programas los escribe una persona. Todos los programas realmente meritorios que conozco los ha escrito, en principio, una única persona (dos a lo más) prácticamente en solitario.
Es una regla de los sistemas informáticos que le leí una vez a Bjarne Stroustrup (el creador de C++): Todo sistema grande y complejo que no ha evolucionado a partir de otro más simple, no funciona y además es imposible arreglarlo para que funcione.
Así es la historia del Software Libre, empieza con un relato épico, de algún programador que pensó que realmente podía escribir algo que marcase una diferencia.
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