El colonialismo digital

El colonialismo es tan viejo como la historia. Probablemente lo inventaron los griegos en la península de Anatolia y ha persistido hasta nuestros días bajo diversas formas.
A principios del siglo XXI ha aparecido, además, bajo una nueva forma: el colonialismo digital.
En su versión clásica, el pais más poderoso toma el control de las materias primas y las infraestructuras del colonizado, restringe el acceso a la población nativa y expolia la riqueza en favor de las clases dominantes ocupantes y de una minoría colaboracionista local.
Antes solía hacerse con el oro, o las minas de diamantes.
Sólo que en el siglo XXI la naturaleza de la riqueza ha cambiado. Ahora vivimos en la era de capital intelectual. El potencial de creación económica no se halla tanto en los recursos físicos o en el dinero sino escodido dentro de pequeños órganos grises de apenas kilo y medio de peso.
Esto es lo que los nuevos colonos quieren controlar: la riqueza del capital intelectual. Quieren implantar un sistema de patentes sobre el software, la quintaesencia de la creación intelectual moderna, y vivir de cobrarnos un peaje por el acceso a nuestra propia inteligencia.
Estos colonos son hábiles y juegan sus bazas con astucia. Saben que la opinión pública civilizada no simpatiza con este tipo de abusos y que la transparencia informativa juega en su contra.
Por ello, rehuyen el enfrentamiento directo y prefieren el cabildeo político y la desinformación para perseguir sus intereses. Y ante todo, utilizan el miedo como factor disuasor. Nos dicen que nuestro ecosistema de innovación se colapsaría si no estuvieran aquí, que nuestro empleo depende de ellos y que, en definitiva, debemos estarles agradecidos de ser tan magnánimos en la administración nuestra riqueza con tanta generosidad. Donde podemos consumir con alegría pero, eso sí, ni se nos ocurra fabricar nada que pudiere ser substitutivo de la oferta de nuestros benefactores.
Por el camino que vamos es inevitable una secesición en la industria del software entre aquellos que miran al futuro, y los que sólo quieren preservar sus privilegios de antaño. Los contrarios a las patentes no son únicamente un grupúsculo al estilo de la Alianza Rebelde. Muchas de las grandes empresas ya han dado el paso adelante: IBM, Sun, Novell, HP, y tantos otros, están haciendo esfuerzos titánicos de reconversión industrial, sacrificando sus negocios actuales para crear otros nuevos.
Afortunadamente, no todos los aspectos de este colonialismo son negativos. Nos hemos beneficado enormemente de los progresos en tecnología promovidos por inversiones norteamericanas. Progresos que no existirían si en Silicon valley alguien no hubiese tenido suficiente visión y espíritu emprendedor para apostar por la innovación. La propia Microsoft, a veces presentada como el eje del mal, a generado un importante e innegable beneficio social y lo sigue haciendo.
No se trata de montar una revolución bolchevique, como quiso sugerir Bill Gates cuando equiparó a los partidarios del software libre con los comunistas revolucionarios del diecinueve. Se trata de que nos dejen organizar “un cambio tranquilo”hacia una sociedad más libre, más económicamente eficiente y menos colonial.

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